lunes, 18 de noviembre de 2013

Estupideces que nos ofuscan

Ahí estaba, colérica, y con ganas de estallar, los absurdos comentarios de mi padre me tenían tan irritada que estaba pensando seriamente en abrir la puerta del coche y lanzarme a la carretera.
Si, sabía que no había hecho bien en escapar de casa, a altas horas de la noche, papá no entendía el por que, pero no pretendía justificarme, ya que empezaría a vacilar y construir una absurda e irreal historia con el fin de evitar un castigo, lo cuál sabía era un hecho ya inmodificable.
Aún así, jamás he sido de las que guarda silencio y con sumisión acepta su responsabilidad, nos la pasamos un buen tiempo discutiendo, sólo por la simple e irónica razón de que yo era tan impertinente que no podía cerrar la boca.

— Supongo, que más allá de todas las cosas que considerarás inútiles, que he hecho por ti, crees que eres la dueña de tu vida y que por eso la llevarás a tu antojo, pero lo cierto, es que no es así, si quieres conseguir algo en la vida, debes aprender a callar niña y a ser humilde—. Dijo con una voz fuerte e inexorable—, no habrá próxima vez, estás oficial y permanentemente castigada.

Éstas palabras me zumbaron los oídos como aturdidoras campanadas, dentro de dos semanas era el concierto de una de mis bandas favoritas y ni de chiste iba a permitirme no ir.
— No sabía lo déspota que podrías llegar a ser— dije enarcando las cejas a manera desafiante — Jamás estás para escucharme, estás tan sumido al trabajo que siempre pospones un rato de charla, eres un mal padre.
Papá sin violentarse, exhalo de forma pausada, quizá tragando para sí el dolor que le había causado al hacer tal afirmación.
Ambos, dejamos el tema, comprendí que había sido cruel, insensata y mezquina.
Nos detuvimos en un semáforo, el silencio era incómodo y apremiante, cuándo se encendió la luz verde, cogimos un atajo por una vía rápida, en esas, un auto se atravesó y papá no pudo frenar, me quedé estática y hundí las uñas en el asiento.
El golpe fue crudo y helado, no llevaba el cinturón, mi cabeza se golpeó contra el parabrisas y el coche patino violentamente rompiendo el dique que separaba la carretera de un encumbrado acantilado, el peso del auto hizo que nos fuéramos cuesta abajo. Unos cuántos vidrios se clavaron en mi rostro, el impacto me rompió la clavícula y mi cuerpo salió disparado del auto, sentí el crujir de mis coyunturas, caí al suelo, sentí como mi pelvis se fragmentaba en miles de pedazos, segundos después se desató una fuerte explosión. Me arrastre como pude pero las llamas me alcanzaron e incineraron mi piel.
El dolor era tan insoportable que sentí como poco a poco iba abandonando la conciencia,  perdí en la visión toda nitidez, veía unas luces acercarse y alejarse, mi respiración fue sosegándose,  me ensordecí, pronto mis parpados se cerraron y todo quedo negro. 
Salí de mi cuerpo y caí por un hoyo , que se desvanecía y me absorbía, me fui sumergiendo en un sueño profundo e insondable, de repente todo se quedo estático y sin entenderlo mi cuerpo había recuperado su forma, empecé a alucinar.
Me halle en medio de un coliseo, en ruinas, tenía un vestido blanco,  adornos dorados y unas sandalias, me levante y me sacudí la arena , miré al rededor, no había nadie.
Caminé en círculos, estaba perpleja y tenía un fuerte dolor de cabeza.
El sol quemaba mi piel, estaba sedienta, sentí un piquete en el dedo gordo del pie, inspeccioné, una pequeña hormiga  estaba aferrada a mi dedo con sus mandíbulas.
Me incliné y la aplasté, cuándo me levanté una gran multitud estaba sentada en las tribunas del coliseo que ya no parecía en ruinas.
Atemorizada fui en busca de una salida, pero las rejas estaban cerradas, de repente un hombre atado a unas cadenas se arrastraba, toda su ropa estaba completamente rasgada, tenía la piel lacerada y llena de heridas.
Se levantó con vehemencia, miró al cielo y lleno sus pulmones de aire, era mi padre.
Corrí junto a el, pero no parecía verme, estaba allí frente a una enorme multitud, siendo objeto de burla, y yo no comprendía ni un ápice de todo.
Un soldado, se acercó a el y de una patada hizo que se desplomara en tierra, pronto le atravesó el tórax con su espada.
Me estremecí, las lágrimas atiborraron mis ojos, mi padre emitía fuertes y desgarradores alaridos, que eran como aguijonazos para mi hígado.
Tape mis oídos y rompí en llanto, no sabía como detener los acontecimientos, cómo librarme de ésta situación, corrí tras una gran roca y me oculté, doble las rodillas y las apreté junto a mi pecho, meciéndome desesperadamente, cerré los ojos y todo se puso negro de nuevo. 

Caí al suelo, sentí un violento escalofrío que transitó velozmente por todo mi cuerpo, me puse sobre mis muslos agitada, y mire con desesperación a todo lado, tenía el pulso aligerado y considerablemente desbocado.
Estaba en mi cuarto y acababa de caer  de mi cama, todo había sido un sueño, se me escapo una pequeña risa de alivio.
Me levanté y fui corriendo a abrazar a papá.




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